Fue una experiencia interesantísima. Me sirvió para tener muchas conversaciones con mi jefa, la Directora de la oficina, con la cual me parece que estamos pegando buena onda. Tuvimos la ocasión de discutir desde política y politiquería de la UNESCO hasta política namibiense y norteamericana, pasando por varias cuestiones ligadas a nuestros proyectos acá, y también algunas cuestiones familiares y privadas. Llegué hace 10 días y ya hablé más tiempo con la directora acá que con el director en Montreal, en dos años y medio…
Pero vayamos a las cosas que interesan.
El viaje. Alucinante. 850 kilómetros de ida, 850 de vuelta, en tres días, al mando de Matthew, el chófer de la oficina, en la flamante Honda CRV de la directora (su auto privado, no el vehículo oficial), íbamos la Dra. Harvey (así la llamamos, siempre doctora), otra colega recién llegada que se llama Makawea (o algo parecido) y es tanzánica (o sea, natural de Tanzania), y está a cargo del programa de EducAIDS, y yo. Para ir para Lüderitz (les explico por si alguno quiere ir y yo justo no estoy, o estoy ocupado) es 550 km para el sur y luego 300 para el oeste, todo por ruta perfectamente pavimentada, pero de una sola mano por vía, como la antigua Ruta 2 a Mardel. El trayecto hacia el sur no es demasiado interesante, una especie de pampa seca, combinada con estepa patagónica, con pueblitos cada 200 – 250 km.
Párrafo aparte (je, cuando se escribe es fácil cumplir con “párrafo aparte”) para los nombres de los pueblos: Mariental (no hay valles ahí, pero bueh), Maltahöhe (altura de Malta, en castellano-¿?), Seeheim (ni cerca del mar ni de un lago), Helmeringhausen (por el nombre bien podría ser un suburbio de Nuremberg).
El “legado” colonial, fuertísimo. En Mariental paramos a cargar nafta y en la estación de servicio por los parlantes sonaban Schlager, yo diría contemporáneos, sin ser un experto en la materia… Para los no-germanoparlantes, Schlager sería la música romántica berreta alemana, muy del estilo de la ídem argentina, digamos, José Luis Perales, si yo supiera quién es (ni si es argentino, pero estoy casi seguro que si fuera alemán cantaría Schlager)… Yo no lo podía creer, estábamos ahí, en un polvoriento pueblo del hinterland (si se me permite el germanismo) namibiense, y la música era alemana. Aclaremos que los alemanes se fueron en 1915, echados por los sudafricanos, en medio de la Gran Guerra. Lo llamativo era también que, en circunstancias comparables, en Villa General Belgrano, la Cumbrecita o Colonia Suiza, sonaría música “típica” alemana, iodilahihó, haciendo referencia a una vieja alemania que esa gente nunca conoció pero aún recuerda y siente Sehnsucht –saudade, dirían los brazucas (medalla de bronce, ja!)- por ella. En cambio acá, en Mariental, música de ahora, anhelando una Alemania que tampoco conocen, pero al menos es actual…
La otra mitad de los nombres de ciudades (bah, pueblos, si fuera por nuestros cánones no habría ninguna ciudad acá), tiene nombres o bien afrikaans (es decir, en el holandés sudafricano) o bien africanos, en algún idioma originario.
Cómo ven, de la primera parte del viaje, lo más interesante fueron los nombres de los pueblos y sus preferencias musicales. El sur de Namibia está prácticamente desierto. Toda la gente vive en el norte. Ahí es donde está la verdadera pobreza, en la frontera con Angola y Zambia.
La segunda parte del viaje fue distinta. Los colores cambian de ese amarillo beige de pampa seca a toda la gama de colores del desierto de arena y roca. Alucinante e inútil de describir, habiendo fotos. Acá también se empieza a ver la fauna silvestre, antílopes (springbok, oryx), avestruces (riquísimos!), caballos salvajes del desierto, y supuestamente otros bichos que no llegamos a ver.
La historia de los caballos salvajes del desierto es particular, ya que no se sabe cómo aparecieron acá (los caballos son europeos, no hay caballos en África) pero hay distintas teorías que incluyen un naufragio costero de un buque con animales (digamos, como en Madagascar, I want to move it, move it), o la de que los caballos sobrevivieron a sus antiguos dueños, potencialmente la Schutztruppe alemana o un loco alemán que construyó un castillo en el medio del desierto para su mujer, que cuenta la leyenda nunca fue, con caballerizas, tropillas y todo. La cuestión es que estos caballos, una vez en el desierto, empezaron a adaptarse para sobrevivir, y se mueven más lentamente, transpiran menos, y pueden tomar agua cada 5 días… eso sí, están medio flacos, hay que admitirlo.
Llegando a Lüderitz, los últimos 100 km de ruta bordean el Sperrgebiet. Se trata de un territorio vedado, de más o menos 30 mil kilómetros cuadrados, desde la ruta hacia el sur, hasta la frontera con Sudáfrica, donde se encuentra el 90% de la riqueza namibiense: los diamantes. Está terminantemente prohibido ingresar a ese territorio. Patrullas de NAMDEB, la empresa dueña de la concesión minera de diamantes, recorren la zona y, según se dice por ahí, adhieren a la doctrina del gatillo fácil. NAMDEB es un joint venture entre el gobierno namibiense y De Beers, la mayor empresa mundial diamantera. Después del impacto de “blood diamonds”, esa película con el rubiecito este que se me escapa el nombre, NAMDEB hace muchísima publicidad acerca de las bondades de los diamantes para Namibia. NAMDEB aporta efectivamente el 90% del ingreso impositivo del país. Ya estoy pensando algunos proyectos para ver si les saco unos mangos.
Unos diez quilómetros antes de Lüderitz se encuentra Kolmanskop, el “pueblo fantasma”. Originalmente sede de Consolidated Diamond Mines (CDM), la empresa predecesora de NAMDEB, en tiempos de la colonia (o sea, hasta 1990!), este pueblo fue simplemente abandonado a fines de los 50, ya que el área quedó vacía de diamantes y la empresa descubrió un nuevo núcleo más al sur, en Oranjemund, justo en la frontera con Sudáfrica. Ahora el pueblo se puede visitar, y aunque no entramos saqué algunas fotos que espero poder postear lunes o martes.
Lüderitz, pueblito al que las guías describen como un énclave europeo o un pueblo con ambiénte bávaro, no es nada de eso. Es un pueblito con una herencia colonial fuertísima, edificios construidos por los alemanes a principios del siglo 20, con un cierto aire art nuveau, y con todas las calles con nombres alemanes (la principal de Bismarck Str.), pero nada más. Como pueblito, una cagada, la verdad. Pero queda en una bahía privilegiada, protegida por la península del “Díaz Point”, el cabo sobre el que desembarcó Bartholomeu Dias allá por el 1486, creo, cuando América aún no había sido “descubierta”… hasta 188ipico se llamó Angra Pequenha. Después la compañía de un tal Lüderitz se la compró a los Nama por unas libras esterlinas y unos fusiles, y Lüderitz convenció a Bismarck de que convirtiera el territorio en protectorado alemán. Lo demás es historia, de Südwestafrika, y después Namibia.
Pero entonces, a qué fuimos a Lüderitz? La directora tenía que hablar en la clausura de la Feria de la Juventud de la provincia de Karas, que era esponsoreada por la UNESCO (el otro auspiciante era NAMDEB!). El tema central de la feria (supuestamente una “expo”) era promover jóvenes emprendedores (young entrepreneurship). En realidad en la feria había unos cuatro estánds de emprendedores, fundamentalmente artesanos, y todo lo demás era la prenda “yo sé” de feliz domingo, que si lo crearan ahora sería un reality show. Algunos cantaban, otros bailaban, otros hacían ambas cosas, otros actuaban. Y algunos, contados, lo hacían bastante bien, especialmente cantar y bailar. La clausura, que era cuando se entregaban los premios, era en el salón de un centro comunitario y debía empezar el sábado a las 5 de la tarde, pero se retrasó hasta pasadas las 6, porque antes de la ceremonia les daban de comer a todos los pibes, un plato con una especie de media porción de tira de asado, con pan, mucho pan, tipo lactal. A comer con los dedos, eso sí. La mayoría eran estudiantes secundarios, o al menos eso parecían. Los emprendedores, si es que podemos llamarlos así, sin embargo, eran mayores. La entrega de premios duró hasta las 9 de la noche, había premios para todos. En un momento, mientras me divertía tomando fotos, tomé conciencia de que era el único blanco en la sala. Fue muy interesante. La directora dio un muy buen espích. Me sorprendió. Pero todo fue muuuy largo…
El tiempo libre en Lüderitz fue más dinámico e igualmente interesante, en otro plano. Ya vieron, o verán, las fotos. Se trata de un desierto de piedras en una península rodeada de varias bahías, con islas bastante cerca de la costa. El atardecer (me escapé a sacar unas fotos antes de que empiece la ceremonia), alucinante. Comentarios más precisos junto a las fotos!
Mañana lunes por la mañana tengo que dar mi primera alocución pública en este cargo, inaugurando un curso sobre manejo integral del agua en la cuenca del río Oranje. Cómo se imaginarán, no sé un carajo de eso… Por suerte es a las 10, así que tengo casi dos horas para prepararme a la mañana… El otro gran objetivo de la semana es encontrar una casa para cuando llegue mi familia. Estoy ansioso, pero faltan como tres semanas!!
1 comentario:
Súper interesante, Ernesto. Tu tía cholula leyó bastantes libros de Smith referidos a lugares de Africa, y especialmente el comercio de diamandes (nombra a los De Beers), al desierto de Kalahari y otro montón de cosas que me parece mentira que estés viendo o por ver. Antes quise entrar al blog, pero no lo logré, espero que hoy sí se haga. Como no puedo dejar de lado mi profesión docente, te cuento que estoy algo preocupada por algunos errores de ortografía, tal vez deslices de máquina. Aparte de eso, es muy ameno leerte, debe ser por los genes valentinianos que circulan por vos. Seguí con este hermoso trabajito, que nos hace sentirte cerca. Besos de Lili y Ricardo
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